jueves, 7 de julio de 2016

Las fiestas de Burgos (2ª Parte)

Como prometimos en la primera entrega dedicada a las fiestas en Burgos, continuaremos contando cómo fueron los festejos de otros tiempos.
En la pasada entrada hablamos de qué tipos de fiestas había, cuándo se celebraban y en honor a quien. Contamos también que el Concejo burgalés decidió a finales del siglo XIX cambiar sus fiestas mayores de septiembre a junio por razones principalmente meteorológicas y que son las fiestas de San Pedro y San Pablo que actualmente celebramos.

Ahora nos disponemos a contar cómo celebraban las fiestas nuestros antepasados burgaleses y veremos si son muy diferentes a nuestro modo de divertirnos en la actualidad. Síguenos.



Las fiestas reales tenían en Burgos fama universal, a juzgar tanto por las noticias que nos han llegado sobre ellas como por el dinero gastado para sufragarlas y cuyo testimonio ha quedado en las actas municipales. Estas fiestas, como ya dijimos, eran las que se celebraban en honor de los reyes y de la familia real.

Bofordadores. Libro de los Caballeros de la Cofradía de Santiago
En cualquier tiempo anterior al nuestro, para agasajar a los monarcas el Concejo burgalés programaba las actividades que naturalmente estaban en boga en las distintas épocas. Así, si nos remontamos a la época medieval, como parte de la fiesta se celebraban justas con distintas pruebas en las que los caballeros mostraban su destreza. De hecho una prueba de la que hablan los cronistas y que parece ser que en Burgos gustaba por encima de todas y que no faltaba en cualquier fiesta o acontecimiento que se preciara era la de bofodar o bohordar. Y los bofordadores burgaleses tenían fama en todo el reino.
De ninguna parte salieron nunca bofordadores tan nobles, tan diestros, tan apuestos y tan elegantes como de la cabeza de Castilla. Y Burgos los enviaba muy solicita, muy ufana y muy satisfecha de su nombradla.
Algunas cartas existen en que, dándose testimonio de la fama de los burgaleses en el bofordar, se piden al Concejo de la ciudad diez, veinte, treinta bofordadores, con promesa de tratarlos como á quienes eran y con encarecimientos sobre lo que, con ellos habría de resultar la función de honrada y enaltecida.

Bofordador en el Milenario de Castilla 1943
Pero ¿en qué consistía esta prueba? ¿Qué era eso de bofordar o bohordar? Dice el El Código de Huesca (1247) que consistía esta modalidad de torneo en arrojar lanzas, dardos y bohordos a un tablado construido con este fin, hasta derribarlo. Y el Cantar de Mío Cid lo describe como los juegos de tener armas y quebrantar tablados. La cosa no debía de ser sencilla y en ocasiones era tan peligrosa que se establecieron normas con el fin de que los heridos, o algo peor, fueran los menos posibles. Por tanto no había por los dominios cristianos fiesta ni fiestecilla para la que no se pidieran a Burgos algunos bofordadores.

Sin embargo la fama de los bofordadores burgaleses e incluso su existencia parece ser que concluyó a finales del siglo XIV. Según las crónicas fue en 1379, en la coronación de Juan I en Huelgas, cuando se bofordó en Burgos por última vez como se debía. El mismo rey en 1388 pidió por carta a Burgos treinta buenos bofordadores para honrar las bodas de su hijo, el príncipe Enrique, pero no pudo ser como en el Libro de Actas de ese mismo año se recoge:
Señor: el Concejo é alcaldes é merino é ornes buenos de los sece, señor, facemos saber á la vuestra merced que viemos una carta que nos enviastes, por la qual nos enviastes mandar que enviásemos á las onrras de las bodas del principe vuestro fijo é de la princesa vuestra fija, treinta bofordadores. Señor; todos estamos prestos para cumplir vuestro servicio é vos servir á la onrra de vuestros fijos […]  pero, Señor […]  vos pedimos por merced que la vuestra merced tenga por bien de mandar escusar la ida de los bofordadores […] é como [en tiempos] antiguos é pasados ovo aquí muy buenos bofordadores, é agora por las grandes mortandades que han seido de tiempos acá; este oficio del bofordar non se usa, porque son finados los que bien lo solían facer; é si algunos ha que otro tiempo bofordaron, agora son viejos, que non son para cabalgar…
Además de estas justas y juegos se organizaban muchas otras cosas que divertían a las gentes. No faltaban juegos de pólvora, músicas de ministriles, trompetas y atabales, luminarias por la noche, fuegos de artificio… Y una cosa bien curiosa en Burgos, que aparece en todas las fiestas hasta el siglo XIX, era la instalación en las plazas de la ciudad de fuentes de vino, para sin duda, la alegría de todos. No imaginamos lo que sería esto hoy día.

A estas alturas todo el mundo estará echando de menos otra de las funciones que no faltaba en ninguna fiesta que se preciara, incluso en las más pequeñas. Así es, amigos: las inevitables y muy celebradas corridas de toros. Aunque no nos guste, estamos obligados a hablar de ellas, como parte fundamental de todo festejo de la ciudad. Vayamos a ello.

Lo primero que cabría decir es que hasta el siglo XVIII las corridas de toros no empezaron a ser, más o menos, como las conocemos ahora. Anteriormente a esta fecha eran… otra cosa. Había alanceamientos de reses por caballeros, encierros, toros ensogados, embolados y de fuego. Además no había plazas de toros permanentes construidas ex profeso para ello, sino que se utilizaban las propias plazas de la ciudad o plazas portátiles de madera
Hasta el siglo XIX las fiestas de toros en Burgos se celebraron generalmente en lo que hoy es la Plaza Mayor y en la del Mercado (actual Plaza del Cordón). Todo era diferente a lo que conocemos. Estos festejos duraban todo el día, teniéndose que suspender a menudo para el día siguiente por la falta de luz. El número de reses que participaban en esos espectáculos eran mucho más numerosas, generalmente no bajaban de varias decenas. Una crónica de 1736 nos dice:
El Ayuntamiento adquirió nada menos que 48 toros, 16 de Portillo, 12 de tierra de Salamanca, 12 de Egea de Navarra, y ocho de la vacada de Pedrosa. Se lidiaron nueve toros sin más que un ligero intermedio para refrescar, prolongándose la corrida, hasta que por hacerse de noche hubo que suspenderla, para encender los fuegos de artificio.

La gente se llevaba sus meriendas y bebidas a las plazas con el fin de no abandonar sus lugares en todo el día. En eso algo se parece a los festejos actuales. El Ayuntamiento invitaba a refresco y merienda a sus invitados de honor. Y así lo testifican nuestros documentos HI-4175 o C-68/1.

La corporación municipal tenía su lugar de preferencia en la Plaza Mayor, donde hoy está la actual Casa Consistorial. E igualmente eran muy demandados todos los balcones de la plaza, que eran ocupados por aquellos que pudieran pagar el precio que se pidiera. El pueblo llano veía el espectáculo en los entramados que se construían para la ocasión. (HI -5283 y C-78/8)

Otra cosa curiosa con respecto a la actualidad era que las reses eran conducidas desde los prados de san Lázaro hasta la plaza donde se fuera a celebrar la corrida mediante encierros. Así es amigos, según nos cuentan los autores de la Historia taurina de Burgos esta costumbre era probablemente de las más antiguas de España. Estos encierros siguieron celebrándose incluso en el siglo XIX, con la antigua Plaza de Vadillos ya construida, para después perderse esa costumbre definitivamente. De no haber sido así, quién sabe, quizá ahora estuviéramos compitiendo con los Sanfermines.
En 1892 los toros fueron trasladados por la noche desde el prado de San Lázaro por el camino de la Quebrantada, al canino de Villalón;  atravesando las eras de San Pedro de la Fuente Y Fuente del Cura, a la carretera de Santander y de ahí hasta la plaza.
Rememorando los encierros que se venían haciendo hasta la inauguración de la plaza de los Vadillos, acudía un gran gentío a presenciar la carrera, que este año no tuvo incidentes. Los toros llegaros a las 10 y media de la noche a la plaza de toros.

Otra cuestión no menos curiosa y que nos une con los tiempos actuales es que ya desde tiempos remotos se levantaron voces en contra de los espectáculos de toros. ¿Qué no lo crees? Sí, no deja de ser sorprendente, en principio, que hubiera voces disidentes dentro de una sociedad que disfrutaba tanto de este tipo de espectáculos en verdad crueles, pero las había y en muchos casos con potente voz. Sin ir más lejos Isabel la Católica no sólo no gustaba de las corridas de toros, sino que en varias ocasiones trató de prohibirlas, pero y en esto se asemeja a la actualidad asesorada por sus consejeros no osó hacerlo por no soliviantar a las masas.
Efectivamente, como los espectáculos taurinos eran muy sangrientos, ya desde finales del siglo XV ciertos teólogos y cargos eclesiásticos comenzaron a levantar sus voces contra este cruento espectáculo en el que no solo morían los animales, sino que en numerosísimas ocasiones morían también tanto participantes, como espectadores. En el IV Sínodo convocado en Burgos en 1511 se dijo:

Por ende, añadiendo a la dicha nuestra constitución que los toros no se corran en los dichos cimenterios, más en otros logares ni plaças, usando con ellos de la crueldad que se acostumbra con garrochas e lanzas, salvo que puedan ser corridos con capas o en tal manera que no se use con ellos dicha maldad […]

Y en el Concilio de Trento se declaró:
Que las funciones de toros son muy desagradables a Dios y si algún cristiano hiciese “voto” de correr o lidiar toros no estaba obligado a cumplirlo.
Otra voz con mucho peso en toda la cristiandad, nada menos que el papa Pío V, fue más allá y en 1567 proclamó en la bula De Salutate Gregis Dominici:
Por lo tanto, Nos, considerando que esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio […] prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá […] cada uno de los príncipes cristianos […] [que] permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras […] Y si alguno de ellos muriere allí, no se le dé sepultura eclesiástica [...]

A pesar de que a Su Católica Magestad Felipe II esta prohibición le trajo de cabeza, finalmente no se aplicó en España:
Por ser las corridas de toros tan antiguas en España que parecen estar en la sangre de los españoles [...]
Hubo un nuevo intento de prohibición ya en el siglo XVIII, con el rey Carlos III, como nuestro documento HI-5615 dice. Se trata de una Pragmática sanción de 1785 en la que se prohíben las fiestas de toros de muerte. Y en una Provisión Real de 1790 HI-5513/1 se prohíbe además correr novillos y toros que llaman de cuerda  por la calle. Pero, como pasa también ahora, muchas de las prohibiciones relativas a costumbres muy arraigadas acabaron por no cumplirse y las autoridades al final hacían la vista gorda. E incluso, en muchos de los casos, los sucesores de quienes las dictaron, las revocaron y punto.


Como hemos apuntado más arriba, fue en el siglo XIX cuando se empezó a abandonar la celebración de las corridas de toros en las plazas de las ciudades, obligados por las ordenanzas reales dictadas a propósito. Esto llevó al ayuntamiento a plantearse construir una plaza permanente. Tenemos varios documentos que hablan de posibles proyectos para construir una plaza de toros, uno muy temprano de 1824. Pero hubo de esperarse casi medio siglo más porque había dos problemas que salvar: el lugar y la financiación. Ni que decir tiene que superar estos problemas y otros muchos, no fue fácil, pero finalmente la plaza de toros de los Vadillos se inauguró el 29 de junio de 1862, aunque sin estar terminada. Estaba ubicada en la salida lateral de la puerta de Santander, en la zona del “Baillo”. Gracias al artista y fotógrafo burgalés Juan Antonio Cortés, al que ya dedicamos una entrada y del que tenemos sus fotografías en nuestro archivo, sabemos qué aspecto tenía esa recién estrenada plaza de Vadillos.

En la actualidad esta plaza ya no existe. En 1967, también después de no pocos avatares, se inauguró una nueva plaza, a la vez que el nuevo estadio de fútbol, en los campos llamados El Plantío, de donde ambas instalaciones tomarán el nombre. En el lugar donde estaba la antigua plaza de Vadillos y para recordar a burgaleses y visitantes que allí en un tiempo hubo una plaza de toros, el Ayuntamiento hace unos años puso una fuente y la escultura de un toro bravo.


La plaza de Vadillos como suele ser normal sirvió no solo para festejos taurinos, sino para otras actuaciones y espectáculos, como también pasa en la actualidad con las plazas de toros de las distintas ciudades y como muestra la remodelación de la plaza de toros de El Plantío. que desde 2015 ha pasado a ser un edificio multiusos con el rimbombante nombre de Coliseum Burgos.

En nuestra colección gráfica tenemos una excelente muestra tanto de los carteles taurinos, como de los carteles de fiestas, que anunciaban las corridas y demás celebraciones de las fiestas de la ciudad, primero en septiembre, las de la Santa Cruz,  y posteriormente en junio, las de San Pedro y San Pablo. Te invitamos a que las veas en nuestro catálogo en línea.

Esperamos que te hayas hecho una idea de cómo eran las fiestas de nuestros antepasados burgaleses y que salgas con la conclusión de que, aunque en nuestros tiempos ya se perdió la costumbre de instalar fuentes de vino en las calles o la de los encierros, las actuales no desmerecen a las pasadas.

3 comentarios:

  1. Muchas gracias por la crónica
    Es bonito saber que Burgos, nuestra tierra, ha sido importante en el mundo.
    Lamentar los comentarios sobre las corridas de toros y al mismo tiempo reconocer su importancia por el espacio que se les dedica en esta crónica

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  2. Gracias por su comentario.
    Lo que aquí se ha tratado de mostrar, sucintamente, es cómo eran las fiestas antiguamente. Y cómo, a veces, incluso aquellas cosas que pensamos muy actuales, ya tuvieron lugar en la antigüedad, como las opiniones antitaurinas, en este caso reflejadas en los textos que aparecen en esta entrada.

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  3. Muchas gracias por seguir ilustrándonos con costumbres quizá algo antiguas y que tal vez"no tienen nada que ver con la piedad y la moral cristiana". Pero posiblemente haya otra forma de ver este fenómeno (hay una cantidad enorme de obras en todos los aspectos de las Bellas Artes, además de una gran documentación.

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Gracias por su comentario.