lunes, 28 de abril de 2014

Napoleón y Wellington en Burgos

Lápida en homenaje a las víctimas del levantamiento de 1808
Que Burgos es una encrucijada de caminos lo hemos escuchado toda la vida desde nuestra más tierna infancia y los acontecimientos de la Guerra de la Independencia, que aquí contaremos, una vez más corroborarán esta afirmación porque Burgos fue parada obligada en todos los movimientos tanto militares como políticos entre Madrid y la frontera. Napoleón, que estuvo diez días en nuestra ciudad, la consideró una plaza de primera magnitud en sus planes de invasión por su extraordinario valor estratégico. La ciudad sirvió de cuartel de alojamiento para las innumerables tropas que transitaban desde Francia hacia diferentes puntos de la Península con sus más importantes mariscales al frente, Murat, Thiébault, Lefebvre… Igualmente acogió a la familia real en su camino hacia Bayona y hasta el nuevo rey José I estuvo en ella. Y cuando empezaron a cambiar los acontecimientos, también recibiría a las tropas españolas y luso-británicas y a sus principales generales, García de la Cuesta, el duque del Infantado y por supuesto al general Wellington.

Algunos cronistas como Marcos Palomar afirman que fue en Burgos donde comenzó la Guerra de la Independencia, con lo que dieron en llamar “el Dos de mayo burgalés”. Para otros autores más modernos esta afirmación es demasiado entusiasta porque, a su juicio, lo acontecido en Burgos no fue sino una simple escaramuza. El caso es que el 18 de abril de 1808 un grupo desorganizado de exaltados burgaleses alzó su protesta porque se había interceptado un correo a Madrid, y los guardias franceses respondieron abriendo fuego contra ellos, matando a tres. Mucho tiempo después se colocó en el Arco de Santa María una lápida en homenaje a las víctimas de la represión francesa y, más recientemente, en la Plaza de España se instaló un mural conmemorativo de esta guerra.

Burgos llevaba desde octubre de 1807 invadida por las tropas napoleónicas sin que se supiera muy bien cuál era el motivo de su llegada a España. Desde las altas esferas se afirmaba que las tropas francesas iban de paso para invadir Portugal y que además venían para reforzar la autoridad del nuevo rey Fernando VII. Pero el pueblo recelaba de la actitud de los franceses, que se comportaban más como invasores que como aliados; recelo que no tardó en confirmarse cuando en mayo estalló definitivamente la guerra.

A partir de ese momento Burgos soportaría como ninguna otra la presencia de las tropas de Napoleón y sufrirá dos acontecimientos especialmente trágicos: la Batalla de Gamonal el 10 de noviembre de 1808 y la voladura del Castillo ya casi finalizada la guerra en 1813. 

Harto de que la conquista de España no avanzase, Napoleón decidió ponerse al mando de las operaciones. En la Batalla de Gamonal el ejército imperial derrotó por completo a las tropas españolas, consiguiendo así vía libre hacia la capital del reino. Esta victoria supuso para Burgos el inicio de un período de ocupación con derecho a expolio que no cesará hasta el final de la guerra.

El saqueo tras la batalla dejó desolada la ciudad. El propio general Thiébault, gobernador de Burgos, escribía en enero de 1809:
“me puse a recorrer la ciudad y Dios es testigo de que tuve el más triste espectáculo, resultado de dos meses de abominaciones […] la capital […] en muchos lugares no era más que una infecta cloaca, por todas partes la ruina, el hambre, la desesperación, la peste y como remedio la muerte.”
Napoleón entró en Burgos el día siguiente a la Batalla de Gamonal permaneciendo en ella hasta el día 22 de noviembre, período que aprovechó para dar instrucciones de cómo mejorar las condiciones defensivas del Castillo, importante por su valor estratégico en las comunicaciones.

Mural conmemorativo en la Plaza de España
Parece que esas mejoras fueron muy efectivas cuando en septiembre de 1812 el Castillo resistió el asedio de las tropas aliadas con Wellington como general en jefe. El ejército aliado intentó tomar el Castillo durante treinta y cinco días, sin conseguirlo, estrellándose constantemente contra sus defensas. Solamente 12.000 soldados franceses pudieron frenar a 43.000 aliados. Lo que Wellington pensó que iba a ser un “paseo militar” se convirtió en uno de sus más sonados fracasos. Así lo expresará el propio general: “el asedio al Castillo de Burgos fue el peor apuro que jamás viví”. Años más tarde, cuando su popularidad en Gran Bretaña descendió, sus compatriotas cambiaron el nombre de la calle londinense que le habían dedicado por el de Burgos Street o Burgos Grove, en el barrio de Greenwinch, para que sirviera de constante recuerdo de su fracaso. Hoy día esta calle dedicada a nuestra ciudad es una de las zonas más emblemáticas del barrio de Greenwinch, con una importante actividad comercial.

De todos modos, Lord Wellington volvió a Burgos en junio de 1813 y puso de nuevo sitio al Castillo, esta vez con un ejército más experimentado y con una gran fuerza artillera. Los franceses, que ya estaban en retroceso en toda España, comprendieron que esta vez la defensa era inviable y decidieron abandonar la ciudad hacia Vitoria. En la fortaleza quedaron solamente tres compañías encargadas de hacerlo volar para que el enemigo no pudiera sacarle partido y de paso destruir tanto el archivo militar como todo aquello que no pudieran transportar. El Castillo voló por los aires a las seis de la mañana del 13 de junio de 1813. La intención francesa fue que las cargas colocadas en los fondos Castillo solo derribasen los muros sin proyección. Pero un error de cálculo hizo que los destrozos fueran inmensos. La propia explosión ocasionó numerosas víctimas, todas del bando francés, y tanto la onda expansiva como la proyección de piedras y cascotes provocaron la destrucción de un gran número de vidrieras de la Catedral y gran deterioro en las casas de los barrios colindantes. Algunas piedras alcanzaron puntos tan lejanos como el Colegio de San Nicolás. Por supuesto, el Castillo quedó totalmente arrasado.Plano del Castillo de Burgos 1812 A mediodía los restos de las tropas francesas abandonaban la ciudad desordenadamente tras las huellas de José Bonaparte. Poco tiempo después entraban los combatientes aliados.

Los franceses aportaron mejoras urbanísticas a la ciudad y algunas otras buenas intenciones, pero en resumen Burgos fue la ciudad que más sufrió los desastres de la guerra. Los constantes saqueos y el tremendo esfuerzo de mantener una ocupación de miles de soldados durante los cinco años que duró la contienda, sumieron a la ciudad en la miseria más absoluta, de la que no se recuperará hasta el siguiente siglo. La guerra además supondría un cambio en la orientación de las élites burgalesas, ilustradas y reformistas durante la segunda mitad del siglo XVIII, que se volvieron más conformistas y conservadoras, al tiempo que la sociedad pasó de estar formada básicamente por elementos civiles de ocupación mercantil a estar dominada por componentes eclesiásticos y militares.

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